


En la Tierra no hay ningún mar congelado; sólo se llega a congelar una delgada capa superior, llamada banquisa, de algunos metros de espesor (menos de 1 m sobre el nivel del mar y menos de 10 m en total) incluso con temperaturas ambientes del aire de - 50 ºC. Las grandes masas de hielo, que en el Ártico tiene forma de montaña y en el Antártico de meseta, con espesores típicos de 100 m, son los icebergs desprendidos de los glaciares (hielo acumulado sobre tierra) de Groenlandia y la Antártida, principalmente.

El agua líquida tiene una estructura molecular como una red de puentes de hidrógeno, con cierta movilidad; las moléculas se mueven con relativa libertad al interior del líquido y tienen la capacidad de fluir.
En el vapor de agua se pierde por completo el vínculo entre las moléculas. Cada molécula se sitúa independientemente de la otra; los puentes de hidrógeno se anulan totalmente.
La forma en que estas moléculas se unen entre sí determinará la forma en que encontramos el agua en nuestro entorno; como líquidos, en lluvias, ríos, océanos, camanchaca, etc., como sólidos en témpanos y nieve o como gas en las nubes.
EL AGUA EN NUESTRO PLANETA
Gran parte del agua de nuestro planeta, alrededor del 98%, corresponde a agua salada que se encuentra en mares y océanos, el 2% de agua dulce que poseemos en un 69% corresponde a agua atrapada en glaciares y nieves eternas, un 30% está constituida por aguas subterráneas y una cantidad no superior al 0,7% se encuentra en forma de ríos y lagos.
El agua se mantiene constante en el planeta a través del ciclo hidrológico:
A través de la evaporación de las aguas superficiales de océanos, ríos o lagos, o por la transpiración de plantas y animales, llegan a la atmósfera grandes masas de agua en estado gaseoso, que luego se condensan formando las nubes. Desde ellas, el agua precipita como nieve, lluvia o granizo, incorporándose nuevamente a las cuencas acuosas e infiltrándose en los suelos.
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